EL ULTIMO NAUFRAGO DEL AZUAY
Era la medianoche de un viernes 12 de agosto del 2005 cuando Julio Sisalima intentaba dormir en un bote pesquero que horas antes partió de Esmeraldas con destino a Centroamérica, no disfrutaba del mar ni del cuarto creciente de la luna que adornaba la noche, estaba encerrado en una bodega para pescado junto con 112 migrantes más.Solo nueve de ellos, incluyendo Julio, pueden hoy contar la historia, y solo Julio puede hacerlo desde Cuenca. Siete de las víctimas eran del Austro, pero seis de ellas volvieron a migrar, todos de forma ilegal según cuentan sus familiares.
103 es la cifra de cuerpos que la Armada del Ecuador dio por desaparecidos tras una intensa búsqueda a la que acompañaron unidades de rescate de los gobiernos de Colombia y Estados Unidos, 103 es también el número de familias que aún lloran una tragedia olvidada.
Julio Sisalima tiene hoy 37 años y se gana la vida con el esfuerzo de sus manos, dedicadas a la construcción o a trabajos ocasionales con los que mantiene a su esposa y cuatro hijos, una familia a la que quizás no le sobra dinero, pero nunca le falta amor.
Ese factor, el cariño de su familia, ha hecho que elimine por completo de su mente la intención de migrar. “Yo no me voy de aquí, mi país es hermoso, aquí tengo a mi familia, no tengo ni por qué pensar en migrar”, asegura.
Recuerdos
En San Juan de Gualaceo, la tragedia se recuerda aún como si esos 4.455 días no hubiesen pasado tan rápido. Más de 10 familias de la parroquia y sus alrededores perdieron a sus seres queridos en el naufragio, es el caso de Hermelinda Zapatanga, que prefiere no recordar lo que pasó, y continuar con su vida en una colina cerca al pueblo, coronada por una capilla en la que reza por quienes perecieron en el mar.
Para Julio, tampoco es fácil llevar su mente hacia aquella noche cuando el barco que los transportaba convirtió su sueño americano en una pesadilla. Su cuerpo aún guarda cicatrices de lo sucedido, está perdiendo la vista como consecuencia del aceite que los rodeó tras el naufragio y asegura que le tomó un año dejar de lado el trauma de la tragedia.
Viaje
Eran los días previos a la fiesta de la Virgen de El Cisne. Su familia habían planeado el viaje hacia Loja para venerar a la imagen, pero él tenía en mente otro destino: Estados Unidos.
“Mi familia se enojó conmigo porque no quería que me vaya; justo antes de que el barco se hunda, me acordé que se quedaron molestos, que le fallé a la Virgen de El Cisne, y me entró el arrepentimiento”.
Dos olas golpearon el barco, la primera lo sacudió tan fuerte que lo tumbó de un costado, la segunda lo llevó a voltearse por completo.
“Los cuerpos se iban hundiendo, yo nadé para arriba y fui el último en quedarme con la cabeza en la punta del barco, el único lugar que no tenía agua, pero el barco se seguía hundiendo, y yo también me hundí, busque una compuerta y cuando la encontré mi zapatilla se atoró en el pelo de un cuerpo que flotaba, tuve que regresar, soltarme y después el agua me mandó a la superficie”.
La prensa reportó que los migrantes estuvieron 28 horas en el mar, pero Julio asegura que fueron tres días. Él y otras personas se amarraron a una tabla con sus correas y sostenes, al segundo día encontraron un saco con pomas de agua flotando cerca y, con las pocas fuerzas que le quedaba, Julio, el único que sabía nadar, las llevó hasta la tabla, que de a poco se iba quedando sin gente.
En la tarde del segundo día, la marea lo unió con un contenedor de aceite con 15 personas que llegó a su lado; compartieron el agua, pero la desesperación de los otros náufragos hizo que se lanzaran a la escueta tabla, por lo que tuvieron que alejarse.
Encontraron galletas a las que exprimían el agua para llevarse algo sólido a la boca, los peces les pasaban por la espalda pero no tenía fuerzas para agarrarlos, el agua se racionaba, las galletas, saladas por el mar, partían sus labios… Así pasaron las horas más largas de sus vidas.
Rescate
El 14 de agosto el buque pesquero Don Félix divisó a los migrantes a la deriva sobre un cajón de madera sostenido por boyas, los subió a bordo y trasladó a la fragata guardacostas ecuatoriana Veinticuatro de Mayo, en la que fueron llevados hasta Manta.
Los nueve sobrevivientes fueron identificados como Milton Pacha, de 20 años de edad; Ángel Lalbay, de 17; Pedro Díaz, de 28; Rosa Cuzco, de 15; Roberto Sánchez, de 25; Segundo Cabrera, de 27 años; Vilma Castro, de 25; Rómulo Frey, de 28, y Julio Sisalima, en ese entonces de 25 años de edad.
La prensa reportó en aquel entonces que los náufragos parecían exhaustos y registraban rostros lacerados, graves quemaduras de sol, sus labios sangraban y refirieron estar “muertos de sed y hambre”. Julio bloquea esos recuerdos, solo pensaba en volver a ver a su esposa, a sus hijos y a toda su familia.
Justicia
La Fiscalía acusó de tráfico ilegal de migrantes, la figura de aquel entonces para el delito de trata de personas, a Milton Pablo B.G. y a Lida Patricia P.S. Además, fueron sentenciados seis enganchadores y cómplices de los presuntos coyoteros.
Un tribunal determinó que debían pagar una pena de 12 años de reclusión menor por la vida de los 103 fallecidos, pero en diciembre del 2011 se otorgó a los procesados una rebaja del 50 por ciento de su purga y se ordenó su inmediata liberación.
El Estado ofreció compensaciones a las víctimas y a sus familias, pero, en el caso de Hermelinda Zapatanga, la remediación no llegó y ya no la espera. El recuerdo de lo que pasó duele demasiado como para revivirlo para reclamar atención.
Julio tampoco tiene esperanzas de ayuda. “Me ofrecieron una casa, trabajo en el Estado, pero nunca llegó nada, mejor nos cansamos de esperar y me puse a trabajar”. Trabajar para suplir las necesidades de su casa y para curar su psique, limpiarla de pesadillas que no le dejaron dormir, ni acercarse al agua, a veces ni siquiera para bañarse, por más de un año.
Aunque las huellas de Julio en su cuerpo y en su mente dejan un legado de horror, su familia no le permite hundirse en la vida, lo abrazan, le dan ánimos, le dan fuerzas, son su tabla para seguir vivo sin importar si la ayuda ofrecida llega o no.
Programas
La Cancillería mantiene programas de ayuda a los migrantes retornados para que no vuelvan a salir. El anterior fin de semana se desarrolló una feria en Azogues, a través de la Red Socio Empleo, en la que se ofertaron 300 puestos de trabajo. Además, asegura la cartera de Estado, se desarrollan campañas contra la migración riesgosa.
La Fiscalía mantiene varios procesos abiertos por presunta trata de personas. El fiscal Adrián Rojas asegura que pronto se obtendrán nuevos resultados de las investigaciones que en el último trimestre han permitido la captura de 13 presuntos traficantes.
Pero, pese a esto, la migración no tiene freno. En el 2016, más de 17.000 personas registraron su salida del país y no regresaron, más de 2.400 de ellas viajaron a México sin retorno, según datos del Instituto Nacional de Estadísticas y Censos, INEC.
En el Cementerio Patrimonial, un monumento recuerda a aquellos que naufragaron, y a muchos otros que no volvieron. Julio agradece al cielo que su nombre no esté en esa lista. “la felicidad no está en el dinero, está en la familia, en estar vivo”, es la máxima del último náufrago del Azuay. (I)